Hola Àlex:
La verdad es que
no sé cómo empezar. Es probable que jamás llegues a leer esto porque cuando tú
seas usuario de las tecnologías de la información, seguramente que dentro de
muy poco, este método de comunicación estará más que obsoleto, pero no por ello
renunciaré a explicarte lo que pienso de estos días de lujuria especulativa.
Resulta, hijo, que
unos meses antes de que tú nacieras se inició en este país la crisis en la que
aún estás metido. Sé que ahora toda la información que tienes al respecto no
resuelve tus dudas ni te aclara las ideas, sobre todo porque la gran mayoría de
los medios de comunicación que tratan de (des)informarte se encuentran
manipulados. Perdón, quiero decir que siguen las directrices impuestas por el
órgano de dirección del medio en cuestión, un órgano de dirección repleto de
señores encorbatados, cuyos millonarios sueldos están pagados por los dueños de
esas mismas y de otras empresas, las cuales, a su vez, obtienen suculentos beneficios
gracias a tu esfuerzo y tu talento y al de otros como tú. Unos beneficios, por
cierto, que serán evadidos en gran medida a paraísos fiscales, vaya a ser que a
algún iluminado le dé por reinvertir la recaudación impositiva ligada a ellos en
aras del interés común.
Soy consciente de
que lo que te voy a decir es algo que puede parecerte estúpido, habida cuenta
de la sociedad individualista en la que te mueves, pero mi obligación como
padre, y lo que siento que debo hacer, es ayudarte a entender que el interés
particular, ese que tanto ensalzan los políticos y secuaces del terrorismo
financiero, no tiene sentido sin el contrapunto del interés general. Àlex, no
es verdad que la Sanidad Pública sea insostenible. No es verdad que tampoco lo
sea la Educación. No es verdad que no podamos contar con un sistema de
Seguridad Social que dé cobertura a las personas en dificultades. Eso es una
patraña que se inventaron unos cuantos hace mucho tiempo para poder mantener su
cuota de poder intacta, de ahí lo de conservadores. Pregúntate quiénes salen
beneficiados de la configuración de la sociedad en la que vives y sabrás
quiénes son aquellos que se oponen a lo público. Los poderosos cada vez son más
ricos y el resto de personas cada vez más pobres, miembros de un entramado
social cada vez más ignorante y atrasado. Por cierto, un litoral lleno de
hoteles no es sinónimo de progreso, por muy bonito que quede el plano
televisivo de un circuito de automovilismo bordeando la playa.
Hijo, te cruzarás
con personas que se quieran aprovechar de ti, eso es algo inevitable. Estará en
tu mano el dejar que lo consigan o no. El mayor problema lo encontrarás cuando
esas personas no tengan cara ni ojos, cuando no sepas quiénes son y sólo los
conozcas bajo el sobrenombre de los
mercados. Hay algunas voces interesadas que te dirán que esos mercados no
son entelequias ficticias sino que son personas, y eso es cierto. Lo que no te
dirán esas mismas voces es que de todas esas personas que representan a los
mercados sólo unas pocas son capaces de desplazar su dinero a lo largo y ancho
del planeta sin ninguna restricción. Esas personas no te explicarán que el
beneficio obtenido por los movimientos de capital casi siempre lo es a expensas
de otras personas con mucha menos información que ellas. La información es
poder. El dinero es poder. Sólo espero que en el futuro seas capaz de
percatarte de los mecanismos del poder. No es que ese conocimiento te vaya a
aliviar la conciencia, todo lo contrario, pero por lo menos sabrás quiénes y
por qué te están tratando de tomar el pelo.
Cuando yo era
adolescente me enseñaron que la configuración de la sociedad se podía representar
gráficamente como una pirámide, una pirámide en la que unos pocos, los que se
encontraban en la parte más alta de ella, poseían la mayoría de recursos
económicos del mundo. También me enseñaron que un buen indicador del grado de
progreso de una sociedad quedaba reflejado en la manera cómo evolucionaba esta
representación gráfica, es decir, el progreso social se hacía más palpable a
medida que dicha pirámide se iba aplanando, lo que quería decir que iba disminuyendo
la cantidad de personas que se encontraban entre los más desfavorecidos, resultando
de esta manera una sociedad más justa y mejor cohesionada, algo fundamental
para la erradicación de la conflictividad social. Creo que esta enseñanza
continúa vigente. Al hilo de esto, me preguntarás: papá, ¿qué tiene que ver la
cohesión social con el conflicto?
Evidentemente, yo
no soy sociólogo pero puede que a través de un ejemplo entiendas la relación
que pretendo mostrarte. Imagínate a un chico de quince años que ha crecido en
un entorno deprimido y sin expectativas de mejora en el futuro. Este joven pasa
la mayor parte de su tiempo viendo la televisión porque no ha tenido acceso a
otro tipo de actividades con las que desarrollar su talento, una televisión que
no deja de emitir un anuncio en el cual un chaval de su misma edad luce unas
zapatillas llamativas que provocan la admiración de todos sus compañeros de
colegio y cuyas propiedades milagrosas le permiten realizar tremendas gestas
deportivas sin esfuerzo alguno, claro. Si a este chico, al que ve la tele, no
le han enseñado a pensar de forma crítica, si lo único que recibe son mensajes
en los que se enfatiza lo positivo del consumo desbocado y, además, los modelos
sociales que observa son los de personas que han llegado al ¿éxito? gracias a
su ¿astucia? para saltarse las normas acordadas por la comunidad, si encima
está convencido de que leer es una pérdida de tiempo, acabará por experimentar un
tremendo sentimiento de frustración al no poder acceder a esas zapatillas. Y
esa frustración vendrá acompañada de resentimiento, un resentimiento que fácilmente
puede desembocar en violencia.
No sé si me he
explicado bien. Lo que quiero decir, Àlex, es que procures no fijarte en las
zapatillas de los demás. No quieras tener más que nadie. Siéntete agradecido
por aquello de lo que dispongas y busca siempre el bien común aunque eso no
esté de moda. Por tu propio bien.