miércoles, 1 de diciembre de 2010

EXPERIENCIAS COMPARTIDAS

El pasado domingo volví a las andadas (nunca mejor dicho) y recorrí, a buen ritmo, los 25 kilómetros que configuraban el circuito de la Marxa pel Montnegre, en los alrededores de Pineda de Mar. Invertí casi tres horas en cubrir la distancia pero, a buen seguro, hubiera rondado las dos horas y tres cuartos de no haber sido por un contratiempo sufrido a la altura del kilómetro 21, momento en el cual mi gemelo izquierdo mostró, de malas maneras, su disconformidad ante semejante esfuerzo.

Reconozco que la velocidad con la que afronté el largo y pronunciado descenso previo al momento de la lesión había acabado de castigar mi ya maltrecha musculatura. En cualquier caso, nunca imaginé lo doloroso que puede resultar un gemelo en ascensor. Lo curioso del asunto es que hasta un par de minutos antes no había sentido la más mínima molestia.

Ahora, sentado en esta incómoda silla, me doy cuenta de que fui demasiado optimista ante la llegada del primer aviso lanzado por mi anatomía. Fue una leve punzada. Sentí un ligero agarrotamiento de los músculos plantares y un mínimo movimiento ascendente del gemelo. Es cierto que me asusté un poco pero, soberbio por mi despliegue físico, me convencí a mí mismo de que era algo normal a esas alturas de la prueba y que no tendría problemas para continuar. Orgulloso por la estoica decisión y empujado por lo narcisista de mi carácter, seguí trotando.

A los pocos segundos yacía en el suelo. Gritaba como un cochinillo al que se le ha asestado una puñalada mortal en plena matanza. Efectivamente, había llegado mi San Martín. Y yo sin esperarlo. Lo cierto es que no me puse a llorar porque me percaté a tiempo de que un señor mayor -rondaría los setenta años, sin exagerar-, al que un par de kilómetros atrás había superado con exuberante suficiencia, se había parado a mi lado y me miraba mostrando compasión y condescendencia sin ninguna clase de disimulo. El abuelo, en mi opinión, herido en su orgullo tras haber sido adelantado a escasos kilómetros de la meta, me preguntó si estaba bien. El patético gemido que obtuvo como respuesta fue el origen de una reacción que me sorprendió mucho. El señor reanudó la marcha a toda prisa. Una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su rostro delataba su convencimiento de que ya no sería rival para él.

Por un momento pensé que iba a fallecer allí tirado, retorciéndome de dolor, pero la asistencia de mi cuñado Jaume, que había decidido no ir a tope para compartir la carrera conmigo, recondujo la protestona musculatura hasta su lugar de origen. Ya más calmado le dije a mi compañero de fatigas que siguiera sin mí, que ya quedaba poco para el final y que ya llegaría. No había acabado de pronunciar la frase cuando Jaume se alejaba con grandes zancadas para recuperar el tiempo perdido al lado del mierda de su cuñado. Es broma. Muchas gracias por tu ayuda.

Al final, pude recuperar algo el tono muscular y acabé en menos tiempo del que esperaba. Aún así, todavía experimento las secuelas de aquel exceso cada vez que me pongo en pie.

En cualquier caso, no es la explicación de mis percances el objeto de esta entrada. Hace tres semanas explicaba en este mismo blog mi más que satisfactoria experiencia por las pistas y senderos del Garraf, explicaba lo maravilloso de poder correr por un entorno natural y lo sensacional que es sentirse concentrado y exigido por la dificultad del terreno. Hoy, inspirado por la música de Radiohead, me apetece reflexionar sobre otro componente no menos importante en la consecución de esa explosión de vida que siento al correr al aire libre. Estoy hablando de la compañía de los amigos.

Lo cierto es que tanto en la Marxa del Garraf como en la del Montnegre tuve la fortuna de correr al lado de dos verdaderos amigos. Uno, que por su juventud me hace sentir acompañado de un hermano menor. El otro, que por su ejemplar modo de ser me hace sentir acompañado de un hermano mayor. Saúl, el más joven, es sensible y espabilado. Alberga dudas sobre su futuro y yo quiero estar cerca de él para ver cómo se las apaña. Jaume, el menos joven, es inteligente , perseverante, divertido y honesto. Su ejemplo me ayuda a dibujar la imagen mental de cómo quiero ser en el futuro. A ambos, gracias. Vuestra presencia ha sido, sin duda, lo mejor de las dos citas con la montaña.

Por cierto, y hablando de amigos, Manel, recuerda que en enero es la de Castellbisbal.

1 comentario:

maf dijo...

¡Qué grande eres! (con o sin gemelo en ascensor).
Por cierto... ¿para cuándo organizamos un encuentro entre tu "hermano pequeño" y nuestra "hermana pequeña"? jijiji

¡Ah! En Nochebuena me tenéis en vuestra casa (¡quedo con mis suegros en San Esteban!).
Prometo no ir con las manos vacías (por lo menos, por lo menos, cae un brownie). Si queréis alguna cosa en especial... ¡me lo decís! ;)

P.D: Un día de estos, ¡¡echaré a correr (en serio)!! (tratando de no asfixiarme en el intento...)

P.D2: Ya me han dado los resultados de la Identificación de Potenciales (¡La cosa fue muy positiva! pero acabé psicológicamente destrozada). Cuando puedas, nos tomamos un café y te cuento. Es algo para explicarte cara a cara.

Un besote
Marta