Sin poder prácticamente ni hablar. Dolorido por los múltiples golpes y caídas. Sin ánimo tras encajar un nuevo gol. Me levanto del suelo, miro a mi alrededor... y sé que hoy no hay nada que hacer. Veo esas caras de apollardamiento y se me revuelve el estómago. Caras largas, miradas perdidas, miradas que no dicen nada. Miradas aleladas, de estar pensando en otra cosa. Impotencia. Pura impotencia es lo que siento.
Cuando te están dando una auténtica tunda y no ves solución posible al desastre solo cabe pasar el trago de la frustración lo más rápidamente posible. Es amargo el cabrón, pero pasa, como todo en esta vida.
Que se acabe ya, pensaba el sábado. Me revienta pensar eso cuando juego a fútbol. Pero es que no hay manera. El nivel técnico del equipo es para echarse a llorar y si a eso se le añade una falta de rigor táctico alarmante y una vergonzante falta de coraje e ilusión, uno se puede hacer una idea de la lamentable imagen que ofrecemos partido tras partido.
Un poco de orgullo, joder. Aunque creo que lo que tendríamos que aplicarnos en este equipo es esa gran máxima que asegura que hay que hacer lo que uno sabe hacer. No menos. Pero tampoco más.
Cuando te están dando una auténtica tunda y no ves solución posible al desastre solo cabe pasar el trago de la frustración lo más rápidamente posible. Es amargo el cabrón, pero pasa, como todo en esta vida.
Que se acabe ya, pensaba el sábado. Me revienta pensar eso cuando juego a fútbol. Pero es que no hay manera. El nivel técnico del equipo es para echarse a llorar y si a eso se le añade una falta de rigor táctico alarmante y una vergonzante falta de coraje e ilusión, uno se puede hacer una idea de la lamentable imagen que ofrecemos partido tras partido.
Un poco de orgullo, joder. Aunque creo que lo que tendríamos que aplicarnos en este equipo es esa gran máxima que asegura que hay que hacer lo que uno sabe hacer. No menos. Pero tampoco más.
Vamos a limitarnos a hacerlo lo más simple posible. Volvamos a los orígenes. Control y pase, hostia. Son dos palabras simples pero esenciales. Dos palabras que incluyen en si mismas la esencia de nuestro deporte, analfabetos de mierda: piso y paso. Ya está. Tan simple como eso. Aunque a algunos les suponga un suplicio. Cabrones, ¿y mi corazón qué? Hijos de perra, merezco un digno final a mi carrera. Solo quería acabar disfrutando, tirando unas paredes. Marcando mis últimos goles. Disfrutar de partidos igualados. Recibir un puto pase al pie. No es tan complicado, amigos. Estoy a cinco metros. Aquí, hijos de puta. Justo aquí. Joder, es que ya está bien de melones. No sabéis lo que es pasarse todo un puto partido peleándote con dos o tres gilipollas por un puto metro de distancia y cuando lo consigues ver que no te lanzan la pelota, o peor, que te la lanzan pero tres metros por encima de tu cabeza. Y mira que mi cabeza es grande de cojones. No es tan difícil. En serio. Y si tanto esfuerzo os supone, si tan complicado lo veis, si no es posible que vuestros torpes y desgarbados pies ejecuten un gesto técnico tan simple, iros a tomar por culo, coño. Hostia, jugad a la petanca o dedicaros a nadar. O yo que sé. Pero no me amarguéis la retirada, paquetes de las pelotas.
Hay que tener la cara dura para decir que quieres jugar a fútbol cuando se tiene el gen de la descoordinación trabajando a destajo. Y encima irte de la pista pensando que eres un jugón y que nadie entiende tu juego. Pues yo digo: malo y engañado. Y pienso: se puede ser malo, pero es mucho peor vivir engañado, vivir creyendo ser un crack incomprendido. Un gilipollas, hombre. Pasa el puto balón y desaparece de mi vista. Y sal de aquí que lo único que haces es estorbar, que ni para estar escondido sirves. Pedazo de mueble. A tomar por culo ya. Joder, me caliento y no quiero. Pero es que me supera. Me supera la observación de vegetales vestidos de corto y con un número en la espalda. Muy poca vergüenza es lo que hay. Porque hay que tener poca vergüenza para salir a un terreno de juego disfrazado de futbolista cuando lo más redondo que has visto en tu vida es la bandeja de canelones que te acabas de atracar media hora antes. El atleta te voy a llamar. Desgraciado. Que me pases el balón ya, cojones, que ni con las metáforas te das por aludido. Pescozón.
Hay que tener la cara dura para decir que quieres jugar a fútbol cuando se tiene el gen de la descoordinación trabajando a destajo. Y encima irte de la pista pensando que eres un jugón y que nadie entiende tu juego. Pues yo digo: malo y engañado. Y pienso: se puede ser malo, pero es mucho peor vivir engañado, vivir creyendo ser un crack incomprendido. Un gilipollas, hombre. Pasa el puto balón y desaparece de mi vista. Y sal de aquí que lo único que haces es estorbar, que ni para estar escondido sirves. Pedazo de mueble. A tomar por culo ya. Joder, me caliento y no quiero. Pero es que me supera. Me supera la observación de vegetales vestidos de corto y con un número en la espalda. Muy poca vergüenza es lo que hay. Porque hay que tener poca vergüenza para salir a un terreno de juego disfrazado de futbolista cuando lo más redondo que has visto en tu vida es la bandeja de canelones que te acabas de atracar media hora antes. El atleta te voy a llamar. Desgraciado. Que me pases el balón ya, cojones, que ni con las metáforas te das por aludido. Pescozón.
¿Qué? ¿Qué no te la paso? Hay que joderse. Pero cabrón, si cada vez que te la doy la pierdes. Si no devuelves ni una. Si parece que te has puesto las zapatillas al revés, coño. ¿No te das cuenta? Corre y punto. Y si te llega algún balón, pásalo enseguida, cojones. Que en tus pies la pelota parece que tenga ladillas, que no para de saltar, la puta. Pásala ya, hostia. Que la pases, malote, más que malote.
Estoy muy quemado. Pero es que, contento me tienes.
Contento me tienes... Monchu
Estoy muy quemado. Pero es que, contento me tienes.
Contento me tienes... Monchu
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