miércoles, 9 de febrero de 2011

RESACA

No podía mover los dedos. En mi cabeza todo parecía andar bien pero cuando trataba de ejecutar la orden con mis manos no había respuesta. Desconocía el motivo de aquella extraña circunstancia. Simplemente, no podía teclear palabra alguna porque los dedos no me respondían. Sumido, así, en una burbuja comunicativa, aislado de la red y, por consiguiente, de mi mundo inmediato, me dio por acomodarme en mi propio interior y buscar la causa de aquella apatía.

Lo primero que vi al introducirme en mí mismo no me agradó demasiado. Un gran número de neuronas estaban tiradas por el suelo cerebral. Al parecer, los alcoholes ingeridos el pasado fin de semana se habían cobrado bastantes más víctimas de las esperadas. El espectáculo era dantesco: neuronas espejo languideciendo, sinapsis destrozadas, neurotransmisores desparramados y en proceso de desintegración. Me sentí algo desesperanzado ante aquellas escenas de destrucción masiva pero pensé que, en ocasiones, los daños colaterales son inevitables. Y, evidentemente, en este caso había merecido la pena. En cualquier caso, no me hacía la menor gracia sentirme responsable de aquel desaguisado. Sobretodo porque, al final, el mayor perjudicado era yo mismo. Bueno, y mis dedos.

Al llegar al lóbulo frontal, el paisaje fue más desolador si cabe. Además de las pobres neuronas, encontré cientos de células deshidratándose, despojadas ya de un tono vital aceptable, rotas por el sufrimiento, firmando ya el acta de defunción. Justo en aquel momento, una de las células que parecía estar en mejor estado, y que corría entre sus congéneres repartiendo sus mitocondrias, se percató de mi presencia.

- ¡Eh, tú!, ¡Hijo puta!- me espetó.

Automáticamente, me giré hacia otro lado y me hice el sueco. No quería que ninguna de mis células me identificara. Yo había sido el responsable de aquella catástrofe y la idea de tener que dar explicaciones a millones de células cabreadas no me hacia la menor gracia.

- ¡Oye, hijoputa! No te hagas el sordo, que te estoy hablando.

- Disculpa, es que no te había escuchado- tuve que mentirle. No aparentaba estar para muchas bromas.

- ¡Y una mierda, hijoputa mentiroso! Anda, ven aquí y ayúdame, que mis compañeras nos necesitan. Ese bastardo ha vuelto a pasarse de la raya. Menudo cabrón, veinte años maltratándonos. Pero esto se va acabar. Anda, coge a esta pobre infeliz por la membrana y ayúdame a dejarla al lado de aquella arteria. Con esta no hay nada que rascar, el alcohol la ha reventado. Coloquémosla cerca de la pared arterial para que la reabsorción sea rápida. Pero antes recoge su núcleo, quien sabe si ese ADN servirá para otra.

La célula había pasado de estar cabreada a dar órdenes desde un estado de tristeza más que palpable. Yo, simplemente, asentí y seguí sus indicaciones. Lo cierto es que el estado de su compañera era lamentable. Apestaba a orujo de hierbas y se había quedado en el chasis.

- ¿Qué le ha pasado?- pregunté disimulando mi conocimiento de causa.

- ¿A ti que te parece? El domingo de madrugada volvimos a sufrir un sádico ataque. La verdad es que desde finales del año pasado, en que, por cierto, vivimos un tremendo drama, la cosa se había tranquilizado, pero hace tres días ese puto enfermo volvió a masacrarnos. Te juro que estoy hasta los ribosomas de aguantar a ese cabrón.

- Pero, ¿qué ocurre?, ¿alguien os hace daño?- yo seguía en mis trece. No podía exponerme públicamente. Si lo hubiera hecho, aquellas células y las neuronas de forma piramidal que había al lado me hubieran linchado y después se habrían merendado mis pelotas.

- Oye, ¿tú de dónde coño sales?- sonó amenazador- Pareces nuevo, joder. El muy cabrón no deja de cometer excesos y tú no te enteras de una mierda.

- Lo siento, es que yo tampoco me encuentro muy bien, estoy algo desorientado- evidentemente, mentí.

- Normal. Llevamos unos días bastante afectados. Y eso que el lunes nos dimos un baño de endorfinas. Aún así, pasarán semanas hasta que volvamos a estar medio bien. Joder, que uno no tiene la elasticidad de antaño.- en esta ocasión, mi interlocutor no mostró enfado. Parecía resignado, siendo consciente de su realidad cambiante, de una realidad aceptada, destilando esa amarga cordura del que entiende su decadencia, su destino final.

En ese instante, un grupo de leucocitos pasó por nuestro lado. Tenían cara de muy mala hostia, como si se hubieran visto envueltos en algún tipo de altercado. Iban a paso rápido y parecía que tenían alguna misión importante que cumplir. Llevaban esposado a un ser pluricelular bastante malcarado y apestoso. Las marcas de golpes que llevaba en su soma reflejaban que le habían dado una buena paliza.

- Los “blancos” no se andan con tonterías- dijo mi acompañante- Seguro que no llevaba el código genético autorizado y le han dado para el pelo. A veces se pasan, pero son necesarios para mantener un poco el orden. El problema es que, como todo grupo social dotado de poder y fuerza, suelen abusar de su autoridad. En alguna ocasión han llegado a amenazar con dar un golpe sobre la mesa y tomar el control, creo que le llaman el proceso de la autoinmunidad o algo así, pero hasta la fecha mantienen la lealtad al orden establecido. Saben que si no lo hicieran así, finalmente morirían. Aunque alguno de estos dice que mejor muerto que vivo y humillado. Su filosofía castrense va en contra de algunas de las decisiones del cabronazo este pero les toca apechugar con ellas.

La verdad es que hasta que no lo mencionó ni había reparado en ello pero como a alguno de los “blancos” se le ocurriera pedirme la documentación genética, las células medio deshidratadas iban a ser el menor de mis problemas. Pensé que había llegado el momento de cortar la cháchara y tomar las de Villadiego.

-Bueno, ha sido un placer conocerte pero me tengo que ir, que llevo un poco de prisa.- le dije en un tono amable.

-De acuerdo, que te vaya bien. Pero ten cuidado con las bacterias. En esta época del año están bastante fuertes y como te cace alguna te va a dejar el culo como la bandera de Japón- mierda, otro peligro más, pensé.- Ah! Y si te cruzas con algún virus, sal por piernas. No quieras saber por qué- aquella puta célula era solidaria pero poseía un extraño talento para desmotivarme.

-Muy bien, gracias por el consejo- zanjé con algo de prisa- Ha sido un placer conocerte.

Tenía un rato hasta llegar a mi objetivo, el lóbulo prefrontal izquierdo, sede de las neuronas responsables de la automotivación, el optimismo y la iniciativa, así que no tenía más tiempo que perder.

Pensé que lo más adecuado para llegar a mi destino sería echarle el lazo a algún impulso nervioso que ascendiera desde la médula espinal. Lógicamente, las sensaciones captadas por mi sistema músculo-esquelético debían ser procesadas en el lóbulo prefrontal. Si era lo suficientemente rápido podría cazar algún impulso y aparecer cerca de la región supra-orbital en un santiamén. El plan era perfecto. La ejecución del mismo era otro cantar. ¿Cómo coño podría asirme al impulso? ¿Podría resistir allí arriba a esa velocidad? ¿Podría intoxicarme por un exceso de mielina? Los inconvenientes eran muchos. Mis dudas, aún mayores. Pero cuando pensaba en las bacterias y en su devoción por los anos, o en los virus y en sus multiformes garras, se despejaban mis indecisiones. Eso sí, la próxima vez iba a ensimismarse quien yo me sabía.

Allí estaba yo, agarrado a la parte superior del tubo nervioso, suspendido en el aire, como un resto de excremento adherido al vello anal. Allí, en lo alto del nervio, empecé a replantearme algún que otro aspecto de mi desordenada vida. ¿No me estaba castigando demasiado? ¿No era este proceso de autodestrucción un acto de irracionalidad? ¿Acaso mi inconsciente me ocultaba algo tan terrible como para maltratarme sin que me apercibiera de ello? ¿Habría alzado ese mismo inconsciente algún mecanismo de defensa psicológico con el que matar mi self sin que me percatara de ello? Podía ser, pero en aquel momento debía concentrarme para captar el impulso. Solo tenía una oportunidad de cazarlo al vuelo. Tenía que fijarme bien.

Lo cierto es que fue en una milésima de segundo. La luz llegó de pronto. Sentí la violencia del impulso y, simplemente, me deje caer al vacío. Noté mi cuerpo resquebrajándose. Lo sentí queriendo desintegrarse, flotando a una velocidad vertiginosa. Perdí la visión por un instante y me desmayé.


-Tú, puto, despierta. Ey!! Abre los ojos ya, nen. Vaya cuelgue llevas, ¿no? –noté unos golpecitos en el rostro. Estaba dolorido y notaba mi cabeza totalmente embotada. Frente a mí, una interneurona me miraba con parpados caídos y ojos legañosos. Había recogido sus dendritas en una coleta y llevaba un tatuaje de Camarón en el axón. El olor a cannabis que noté provenía de un porro en forma de ele del que estaba dando buena cuenta. A cara de perro, por lo visto.

-Hola, ¿dónde estoy?- pregunté bastante aturdido.

-Madre mía, nen. Estás hecho una puta mierda. Vaya cara de gilipollas que me llevas. Para flipar.

-Perdona, pero no te entiendo, estoy un poco atontado.

-Apollardado es lo que estás, pringao. Toma, anda, pégale un tiro que esto resucita a un muerto- la interneurona porrera me tendió la espectacular antorcha para que aspirara por la boquilla- pero que rule que estoy en las últimas.

-Pero, no…si yo no…- balbuceé más que hablé.

-Que fumes, joder, que es costo del bueno. En otras culturas ya te habrían rebanado la garganta ante semejante descortesía- el tono autoritario de sus palabras no casaba con su aspecto ojeroso.

-Vale, de acuerdo, ya le pego un tiento, tranquilo- no estaba para discusiones. Una caladita y que se callara ya, por favor.

Como soy una persona en extremo obediente y me gusta caer bien a la primera, aspiré con fruición aquel monstruoso caliqueño. Tres segundos después del primer chupetón, me di cuenta de que aquella grifa era de primera calidad, transportada en el culo de algún mozo magrebí cuasi adolescente. En seguida empecé a notar su fuerza reparadora. Ya empezaba a escuchar la música de Bob. Sí. Could you be loved? Sí, vamos Marley, enséñame tu arte. Tu, tu, tu, tummm, tu, tu, tum!! And be loved!!!

-¡¡Oye!! ¡¡Joputa!! ¡Suelta ya el petardo! ¡Con la puta ansia, hostia!- volví a notar unos golpes en mi rostro. Esta vez, la intensidad de los mismos fue sensiblemente superior a la de la primera ocasión. La interneurona parecía algo cabreada.

-Hostia puta, disculpa, he perdido la noción del tiempo- inventé. En realidad no podía dejar de pensar en aquel tate tan rico.

-Vale tronco. Pero es que te estabas columpiando cosa mala. ¿Estás mejor?

-Sí, gracias, pero, perdona la insistencia, ¿dónde estoy?- eso sí que era cierto. No tenía ni idea de dónde estaba.

-Coño, en el puto lóbulo frontal izquierdo. Aquí se origina el buen ánimo, aquí nace la motivación intrínseca del individuo, la iniciativa, la creatividad. Esta es la puta sala de máquinas del orden y la disciplina- la cadencia de su habla era más que cansina.

-O sea, que estoy en el epicentro de la autogestión de la persona, ¿no?

-Efectivywonder, lo has pillao.- Al término de esta frase propinó una interminable calada al amor de mis amores. La interneurona se puso bizca perdida del subidón. Tenía la adenina descontrolada.

-Vale, pero hay una cosa que no entiendo. ¿En este lugar no tendría que haber un mayor orden? ¿No es esta la sede del autocontrol?- inquirí a aquella cosa que me estaba robando las mejores caladas de mi vida.

-Depende- dijo trastabillándose y riéndose exageradamente de su percance.

-Depende, ¿de qué?

-Pues del grado de desarrollo de la persona en cuestión. Depende de sus valores y de la educación que ha recibido. A este hijoputa le gusta más la fiesta que a un tonto un lápiz. Por eso, ni autocontrol, ni disciplina, ni pollas en vinagre. Aquí se vive al día, nos drogamos, nos emborrachamos y, de vez en cuando, nos juntamos para producir alguna idea ingeniosa. Pero hoy no nos sale de la polla. Además, las neuronas motoras, las que se encargan del movimiento corporal, han venido a hacernos una visita y se han puesto hasta las cejas de todo. Ahora mismo están durmiendo la mona.

Joder, ahora lo entendía todo. Mi, teóricamente, centro neuronal más eficiente se había convertido en un Ámsterdam de pacotilla, en un lugar donde solo había porreros, borrachos y adictos al ácido lisérgico. Pero, ¿quién era el responsable de todo eso? ¿Podía yo culpar a esas pobres neuronas descarriadas? La interneurona Marley tenía razón: el desarrollo cerebral, su plasticidad y su tremenda capacidad de regeneración dependían de mis valores. Dependían de mis pensamientos, de mis sentimientos y de lo que fuera capaz de hacer con ellos. ¿Realmente quería ser así? ¿Estaba siendo lo mejor que podía ser? ¿No era una pena que no desarrollara todo el potencial y el talento que poseo? ¿De dónde coño habría sacado la interneurona esa grifa tan buena? ¿Me podría pasar un poco?

Estaba tan confuso. Me había quedado sin palabras, colapsado por aquella carga tan pesada, dándome cuenta de lo que había estado haciendo hasta aquel momento.

- Inter, hazte un porro. Por favor.

-Hecho

Me pasó aquel nuevo porro. Chupé y chupé. Aspiré y aspiré hasta que se nubló mi mirada. Me temblaron las piernas. El corazón me latía a mil por hora y un sudor frío recorrió mi membrana, digo, mi piel. Estaba blanco como un leucocito, con el cuerpo fibroso, como el de una plaqueta. Creí fallecer. Me desmayaba otra vez.

-Oye, ¡despierta!- otra vez los cachetes en la cara- ¡Despierta, hombre!

-¡¡Que te calles ya, zorra de mierda!! ¡Me tienes hasta los cojones! ¡Métete el porro por el culo, hija de puta, ratera, avariciosa!- grité de pura rabia, de pura impotencia, de puro cansancio.

- Pero ¿qué mierda dices, cariño? Te has dormido encima del portátil. Otra vez. Despierta, joder, ¡que he roto aguas!

Me cago en Dios…

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