lunes, 27 de febrero de 2012

MANIOBRAS DE ESCAPISMO

Tratar de escapar de la realidad es algo de lo más común en el ser humano. Buscar la estima de los demás a través de la manipulación del ambiente es una práctica muy extendida entre nosotros. Lo es tanto que pasa absolutamente desapercibida por lo habitual.

Últimamente me doy más cuenta que nunca de mi natural tendencia a evadirme de la realidad que me circunda, de mi constante búsqueda de un espacio imaginario en el que sentirme protegido y en el que no tener miedo de expresar mi singularidad o, mejor dicho, mi afectividad.

Escapo a través del ejercicio físico. Correr y correr, devorar kilómetros sobre el asfalto de mi ciudad y de sus alrededores me invita a reunirme conmigo mismo, lejos de los demás, lejos de los contextos en que soy otro que no quiero ser, cruzándome con gente a quien nunca rendiré cuentas, personas con las que jamás mantendré una conversación, dependiendo para avanzar únicamente de mi propia capacidad y de mi esfuerzo. Recobrando momentáneamente mi sentido del yo. Antes me engañaba pensando que cuando corría lo que hacía era escapar de los demás para encontrarme conmigo mismo. Aunque, en cierto modo, había algo de verdad en ello, ahora sé que cuando corro lo que hago es reencontrarme con ese aspecto de mí que en tantas ocasiones me cuesta experimentar. La diferencia es que ahora no me miento diciéndome que escapo de los demás. Ahora me percato de que de quien escapo es de la persona que soy cuando estoy con los demás. Es paradójico escapar de uno mismo para encontrarse con ese otro uno mismo. A veces no sé ni lo que digo.

Escapo a través del juego. Cuando me calzo las zapatillas azules, las de suela de caramelo, las zapatillas de mi marca favorita, con las que golpeó el balón con toda mi fuerza, una fuerza que se va extinguiendo con el paso de los años pero que aún es suficiente para obtener los réditos que busco, me siento diferente. Cuando piso el cemento, el parquet o el césped artificial en pantalones cortos, ataviado como si de un bufón se tratara, un bufón que a diferencia del payaso profesional se divierte con lo que hace, dejo mis complejos y dificultades en la banda. Disfrazarme me transforma, o más bien me libera. Puedo ser quien realmente soy. Sin artificios. Cuando me golpean me enfado. Cuando estoy enfadado, golpeo. Me muestro tal y como soy. Corro, lucho y me vacío en busca de mi objetivo. Cuando lo consigo, lo celebro y me alegro. Cuando no, me enfado. Pero, sobre todo, en el terreno de juego me expreso. El estado corporal excitado y la mente concentrada en las circunstancias de un partido o un entrenamiento me llevan en volandas hasta mi esencia, me devuelven al punto de equilibrio, rompen la barrera psicológica que habitualmente sitúo entre mi conciencia y el mundo. Libera mi instinto, ese instinto al que tanto miedo tengo pero del que me siento inconscientemente orgulloso, al que sin saberlo me agarro en los momentos cruciales.

Escapo a través de la escritura. La expresión escrita es mi manera de darme a los demás, es la forma en la que aprendí a decir lo que sentía sin tener que bajar la mirada o sin tener que disimular la fuerza de mis emociones y toda mi agitación interior, sin tener que encauzar mi ansiedad hacia las bromas sin gracia y los comentarios vacíos. Escribir me relaja. Escribir me conecta. Escribir, en definitiva, me concentra y me reúne, como a Boleslao le reunía el whisky. Escribiendo respeto mis propios tiempos y me escucho mejor. Escribir me fortalece, hace que me sienta bien. Me permite decir las cosas que voy guardando en mi interior y que hasta que no plasmo en el papel no sé que son verdaderamente mías. Escribir me ayuda a entenderme. Pero, me doy cuenta, también, de que escribir es otra de mis maniobras de escapismo. Escapismo frente al dolor. Escapismo frente a la emoción. Escapismo frente al miedo a mostrar toda mi vulnerabilidad.

Hay cientos de maneras de escapar. El alcohol, las drogas o la televisión son algunas de ellas. Correr, disfrazarme de futbolista o escribir cosas como esta son algunas de las mías. Es posible que debiera dejar de escapar y enfrentar mis miedos. Ciertamente es una posibilidad. Hasta puede que dejar de escapar sea el significado de la palabra madurar. No lo sé. Lo que sí sé es que todo el mundo busca, consciente o inconscientemente, su manera de expresar lo que lleva dentro. Y yo no soy una excepción.

2 comentarios:

Manué dijo...

Joder, pues sí.
Es totalmente extenuante buscar continuamente la estima y la atención del otro y es un trabajo para el que no creo que todos estamos preparados.
Evidentemente, no puedo entrar en la cabeza de nadie, pero siempre he tenido la sensación (y creo que no descubro nada nuevo) de que existen personalidades, seguramente la mayoría, a las que no les supone ningún esfuerzo sentirse lo suficientemente reconocido por los demás como para no plantearse dilemas existenciales como el que trata tu texto.
Para el resto, para los que nos sentimos en el otro lado, no sé cual es nuestra solución más allá de escapar de los demás. Ya que, no sé si en realidad somos algo masocas o, por el contrario, algo vanidosos. No sé si lo que en realidad pasa es que nos satisface sentirnos diferentes a los demás: sí sufrimos, pero porque tenemos un mundo interior más rico que el de la mayoría de los mortales. No sé, quizás solo somos unos tímidos redomados o es que tenemos un serio problema problema de sociopatía...

JAVIER dijo...

En mi caso, soy un tímido redomado. En el tuyo, probablemente lo mismo. Lo que varía es la pose que adoptamos frente a los demás. Por cierto, me gustaría que actualizaras un poco tu blog, tu wordpress o tu puto twitter. Y no me vengas con que si el curro o el niño, farsante.