martes, 16 de noviembre de 2010

NEUROSIS

Es una opinión. Creo que el neurótico, básicamente, es aquel que no se acepta. El neurótico no está de acuerdo con su ser ni con su sentir y por ello no deja de proyectarse hacia el futuro, creyendo que en un mañana no lejano podrá ser quien imagina.

Esta reflexión no hace más que golpearme los sesos. Y es que puede que el primer paso para dejar de ser un neurótico inmaduro pase por el hecho de reconocer mi falta de responsabilidad en el acontecer diario, una falta de responsabilidad relacionada con la poca calidad de la atención que suelo prestar a todo lo que me rodea.

En un momento en el que planean grandes cambios sobre mi cabeza, no puedo dejar de pensar en que quizás ha llegado la hora de dar algunos pasos en firme y en que ya toca dejar a un lado tanta diplomacia y tantos miedos irracionales disfrazados de pereza. Semejante gilipollez sólo se me puede ocurrir la madrugada de un martes de noviembre. Pero las visiones vienen cuando vienen. Y hoy es un día de esos en los que vengo cargadito de emoción y endorfinas tras propinar cuatro coces a un balón.

Toda esta paja mental deriva de una experiencia en los montes del Garraf. El pasado 7 de noviembre tomé parte en una caminada popular de 21 km de recorrido entre las piedras y los arbustos de los alrededores de Gavà. Fueron algo más de tres horas y media subiendo, bajando, corriendo y saltando. 21 km de sufrimiento controlado. Lo que no logré entender es por qué lo primero que hice al llegar a casa fue conectarme a la red en busca de nuevos recorridos, ahora, de mayor distancia. ¿Por qué no me puedo quitar de la cabeza seguir devorando kilómetros? ¿Por qué ya no me importa salir a correr cuando hace frío?

La única respuesta que veo plausible es mi extraña necesidad de ser más de lo que soy, de darme cuenta de que soy capaz de aguantar más de lo que creo. Y, lo que no tengo demasiado claro, es cuál es el origen de semejante sentimiento. ¿Quizás parte de un sentido interno de minusvalía? ¿Es un decirle a mi inconsciente que sí puedo? ¿Es una compensación a mis sentimimientos de impotencia en otros dominios? o, por contra, ¿Está originado en un sincero deseo de mejorar, de superar mis límites, de experimentar el poder que a uno le concede el ver que ha superado un reto difícil?

No lo sé. Sólo puedo describir lo que sentí en aquel momento, una sensación de alegría que quería volver a experimentar lo antes posible.

Después de darle muchas vueltas a la cabeza sólo me queda un argumento para apoyar mi enfermiza actitud. La mayor parte del tiempo que pasé corriendo por aquellos caminos no pensé en nada. Sencillamente, no pensé. Me dediqué a concentarme en el siguiente paso, en el siguiente apoyo, en la próxima piedra a evitar. Y creo que esa es la clave. Siendo disperso y tendente a la contínua maquinación mental por naturaleza, conseguir mantener la atención en algo durante un lapso de tiempo considerable no hace más que relajarme. Es eso. Me desintoxica de mí mismo, o mejor dicho, de lo que pienso que soy. Aunque, paradójicamente, es cuando no pienso cuando más auténticamente me siento yo mismo. Sé que es difícil de entender pero la experiencia interna de uno no es fácilmente descriptible en algunas líneas. Como dice Marina, se siente en bloque pero la expresión lingüística es lineal.

De todas maneras, y enlazando con el principio, el neurótico no se acepta cómo es, y su pugna tiene que ver con el presente. Lo que me enseña la carrera a pie es que lo importante para el disfrute, para sentirse realmente uno mismo, tiene que ver con la atención. Lo que engancha no es el darse cuenta de que uno mejora físicamente, lo que engancha es la concentración de la atención. Lo que espabila la mente es estar concentrado. Curioso, ¿no?