martes, 17 de julio de 2012

INTERESES CRUZADOS

Hola Àlex:

La verdad es que no sé cómo empezar. Es probable que jamás llegues a leer esto porque cuando tú seas usuario de las tecnologías de la información, seguramente que dentro de muy poco, este método de comunicación estará más que obsoleto, pero no por ello renunciaré a explicarte lo que pienso de estos días de lujuria especulativa.

Resulta, hijo, que unos meses antes de que tú nacieras se inició en este país la crisis en la que aún estás metido. Sé que ahora toda la información que tienes al respecto no resuelve tus dudas ni te aclara las ideas, sobre todo porque la gran mayoría de los medios de comunicación que tratan de (des)informarte se encuentran manipulados. Perdón, quiero decir que siguen las directrices impuestas por el órgano de dirección del medio en cuestión, un órgano de dirección repleto de señores encorbatados, cuyos millonarios sueldos están pagados por los dueños de esas mismas y de otras empresas, las cuales, a su vez, obtienen suculentos beneficios gracias a tu esfuerzo y tu talento y al de otros como tú. Unos beneficios, por cierto, que serán evadidos en gran medida a paraísos fiscales, vaya a ser que a algún iluminado le dé por reinvertir la recaudación impositiva ligada a ellos en aras del interés común.

Soy consciente de que lo que te voy a decir es algo que puede parecerte estúpido, habida cuenta de la sociedad individualista en la que te mueves, pero mi obligación como padre, y lo que siento que debo hacer, es ayudarte a entender que el interés particular, ese que tanto ensalzan los políticos y secuaces del terrorismo financiero, no tiene sentido sin el contrapunto del interés general. Àlex, no es verdad que la Sanidad Pública sea insostenible. No es verdad que tampoco lo sea la Educación. No es verdad que no podamos contar con un sistema de Seguridad Social que dé cobertura a las personas en dificultades. Eso es una patraña que se inventaron unos cuantos hace mucho tiempo para poder mantener su cuota de poder intacta, de ahí lo de conservadores. Pregúntate quiénes salen beneficiados de la configuración de la sociedad en la que vives y sabrás quiénes son aquellos que se oponen a lo público. Los poderosos cada vez son más ricos y el resto de personas cada vez más pobres, miembros de un entramado social cada vez más ignorante y atrasado. Por cierto, un litoral lleno de hoteles no es sinónimo de progreso, por muy bonito que quede el plano televisivo de un circuito de automovilismo bordeando la playa.

Hijo, te cruzarás con personas que se quieran aprovechar de ti, eso es algo inevitable. Estará en tu mano el dejar que lo consigan o no. El mayor problema lo encontrarás cuando esas personas no tengan cara ni ojos, cuando no sepas quiénes son y sólo los conozcas bajo el sobrenombre de los mercados. Hay algunas voces interesadas que te dirán que esos mercados no son entelequias ficticias sino que son personas, y eso es cierto. Lo que no te dirán esas mismas voces es que de todas esas personas que representan a los mercados sólo unas pocas son capaces de desplazar su dinero a lo largo y ancho del planeta sin ninguna restricción. Esas personas no te explicarán que el beneficio obtenido por los movimientos de capital casi siempre lo es a expensas de otras personas con mucha menos información que ellas. La información es poder. El dinero es poder. Sólo espero que en el futuro seas capaz de percatarte de los mecanismos del poder. No es que ese conocimiento te vaya a aliviar la conciencia, todo lo contrario, pero por lo menos sabrás quiénes y por qué te están tratando de tomar el pelo.

Cuando yo era adolescente me enseñaron que la configuración de la sociedad se podía representar gráficamente como una pirámide, una pirámide en la que unos pocos, los que se encontraban en la parte más alta de ella, poseían la mayoría de recursos económicos del mundo. También me enseñaron que un buen indicador del grado de progreso de una sociedad quedaba reflejado en la manera cómo evolucionaba esta representación gráfica, es decir, el progreso social se hacía más palpable a medida que dicha pirámide se iba aplanando, lo que quería decir que iba disminuyendo la cantidad de personas que se encontraban entre los más desfavorecidos, resultando de esta manera una sociedad más justa y mejor cohesionada, algo fundamental para la erradicación de la conflictividad social. Creo que esta enseñanza continúa vigente. Al hilo de esto, me preguntarás: papá, ¿qué tiene que ver la cohesión social con el conflicto?

Evidentemente, yo no soy sociólogo pero puede que a través de un ejemplo entiendas la relación que pretendo mostrarte. Imagínate a un chico de quince años que ha crecido en un entorno deprimido y sin expectativas de mejora en el futuro. Este joven pasa la mayor parte de su tiempo viendo la televisión porque no ha tenido acceso a otro tipo de actividades con las que desarrollar su talento, una televisión que no deja de emitir un anuncio en el cual un chaval de su misma edad luce unas zapatillas llamativas que provocan la admiración de todos sus compañeros de colegio y cuyas propiedades milagrosas le permiten realizar tremendas gestas deportivas sin esfuerzo alguno, claro. Si a este chico, al que ve la tele, no le han enseñado a pensar de forma crítica, si lo único que recibe son mensajes en los que se enfatiza lo positivo del consumo desbocado y, además, los modelos sociales que observa son los de personas que han llegado al ¿éxito? gracias a su ¿astucia? para saltarse las normas acordadas por la comunidad, si encima está convencido de que leer es una pérdida de tiempo, acabará por experimentar un tremendo sentimiento de frustración al no poder acceder a esas zapatillas. Y esa frustración vendrá acompañada de resentimiento, un resentimiento que fácilmente puede desembocar en violencia.

No sé si me he explicado bien. Lo que quiero decir, Àlex, es que procures no fijarte en las zapatillas de los demás. No quieras tener más que nadie. Siéntete agradecido por aquello de lo que dispongas y busca siempre el bien común aunque eso no esté de moda. Por tu propio bien.

NUEVAS PERSPECTIVAS

Es curioso que uno no sepa lo que está haciendo hasta que lleva cierto tiempo haciéndolo, o que no entienda lo que significa algo hasta que se producen los cambios que le permiten ampliar su perspectiva al respecto. Ahora, años después, empiezo a entender lo que significa El Rincón de Navarrete. Ahora, tras muchos meses, comprendo que ese Navarrete del Rincón no soy yo. Me ha costado percatarme de ello pero he empezado a captar la esencia de lo que estaba haciendo: escribía y veía para otro, para otro Navarrete, un Navarrete mucho más humano y menos contaminado que yo. Ahora es cuando empiezo a darme cuenta del sentido de mis acciones, sentido del que no era consciente pero que siempre estuvo ahí, latente, ávido por exponerse.

Es verdad que hay un punto de exhibicionismo en todo esto, una manera de abrirse al mundo a través de la expresión escrita, una manera como otra cualquiera de filtrar lo que observo y plasmarlo en un lugar desde el cual pueda ser compartido por los demás. Hay personas que captan imágenes y las muestran. Hay personas que componen música, que la interpretan o que la bailan. Hay personas que hablan y se explican fantásticamente de forma oral. Otros actuan. Son formas de comunicarse con el otro. Yo escribo de vez en cuando. Sin muchas pretensiones, las justas para engañarme a mí mismo creyendo que lo hago bien o para recibir de vez en cuando la palmadita de algún familiar o amigo que se pasa por aquí. Aún así, siempre ha existido otro motivo del cual ahora me percato.

El Rincón de Navarrete fue desde sus inicios un rincón extraño, sin fundamento aparente. Fue un rincón artificial, creado por otros para Navarrete. No había dirección ni sentido. Era un rincón sin finalidad ni objeto. El rincón empezó anunciando que era un espacio abierto a las personas, autopublicitándose como el rincón de todos los que se quisieran quedar un rato a su abrigo. Hoy entiendo que el rincón sí es de Navarrete. Es suyo, o, mejor dicho, es para él. Ahora comprendo que el rincón es para Navarrete, para que lo lea de vez en cuando, para que escuche la música que en él figura, para que conozca a su padre de una manera más profunda, de una manera diferente, para que conozca otros aspectos de quien le obligaba a comerse la fruta de las meriendas o se pasaba horas viéndole jugar en el suelo.

Empiezo a entender qué es el Rincón. Empiezo a distinguir la forma del camino. No hace mucho que encontré la oxidada brújula. Se me perdió hace mucho tiempo y estaba todo tan a oscuras que no la podía recuperar. Pero hay luces que no entienden de brumas, luces que a uno lo convierten en alguien mejor, que le conceden una tregua y le ofrecen la posibilidad de ver por dónde anda y hacia dónde se dirige.

Bienvenido a tu rincón, Navarrete.

martes, 10 de julio de 2012

ENCUENTROS

Coge la pieza roja y la encaja sobre la azul. Sonríe e inclina su cabeza hacia mí, mostrándome esos dientes tan blancos que rompieron sus encías hace algunos meses. Al verlos, su madre dijo que iba a tener la dentadura de su abuelo y de su tío, los hombres de la familia. Busco rasgos que confirmen que he contribuido en la génesis de tan perfecto ser. La verdad es que no los encuentro, no soy capaz de hallar ni un lejano parecido entre esa maravilla que recorre el pasillo impulsándose con el trasero y yo. Bueno, quizás sí doy con uno: él también suda a raudales, tanto que incluso el leve contacto de su piel con las sábanas o la almohada sobre la que duerme activa su metabolismo de manera que al cabo de un rato se asemeja a una especie de pequeño Buda reluciente.

Se muestra tranquilo. Es curioso pero no atrevido. Escruta el ambiente, sobre todo las caras de aquellas personas que le rodean. Primero observa cuidadosamente y después parece valorar la situación sesudamente antes de iniciar cualquier acción. Su gesto es de concentración, a veces ni parpadea. Sólo se me ocurre una imagen más bella que la descrita y es otra de su mismo rostro, el que pone cada vez que ve llegar a su madre del trabajo, a esas horas en las que jugamos sentados en el suelo.
Encaja las piezas y percibo su alegría al sentirse competente. Toma dos pelotas de colores, una en cada mano, y tras mirarme de soslayo y con gesto de picardía, las proyecta hacia el punto más lejano del salón. Coge los cuentos y pasa sus páginas con parsimonia. Presta atención y se sumerge en lo que está haciendo, hasta que oye un ruido a su espalda. Es el tintineo de un pequeño objeto metálico que se acaba de introducir en la cerradura. Identifica el sonido y lo relaciona con el momento del día en el que se encuentran. Automáticamente, deja lo que está haciendo y se da media vuelta en dirección a la puerta de nuestro hogar. Sus pulsaciones se han disparado en cuestión de décimas de segundo y ahora balbucea frases ininteligibles mientras levanta los brazos en señal de excitación por lo que intuye que va a suceder. Se abre la puerta y tras ella aparece el rostro de su madre, su preciosa madre, que lleva sonriendo desde el momento en que salió de la oficina y empezó a imaginar este preciso instante. Se miran fijamente al tiempo que sus desiguales pasos trazan el último trayecto antes del esperado contacto. Sus rostros son como pantallas en las que se proyectan ilusiones y anhelos. Sus almas son dos espejos en los que se reflejan los más hermosos sentimientos. Mientras, en un segundo plano, apartado pero absolutamente presente, contemplo la escena en estado de arrobo, orgulloso de ellos y agradecido al destino, a la Providencia, a la Naturaleza o a lo que sea por haberme ofrecido este regalo, el presente de poder ser testigo del amor más puro que jamás haya percibido.
Se funden en un abrazo y no puedo evitar emocionarme. Reconozco que tengo bastantes más defectos que virtudes, pero uno de esos defectos no es el de obviar los sentimientos de los demás, todo lo contrario, los percibo con intensidad, como percibo claramente que la conexión que existe entre ellos está por encima de cualquier otra cosa. Y yo me siento extrañamente cercano a esa luz que irradian al fundirse en uno. Y es en ese momento en el que entiendo y me percato. Es cuando me doy cuenta del verdadero significado de la palabra amor y, a la vez, de la suerte que tengo al poder compartirlo con ellos.