jueves, 19 de diciembre de 2013

DISTORSIONES

Se incorpora y tira de la cadena. Baja un poco el volumen del reproductor y luego humedece su cara con agua caliente. Tiene las manos heladas. El vapor empieza a empañar el espejo donde ahora contempla aquel rostro tan extraño y cambiante. Ha decidido afeitarse para ser testigo de algún cambio. Se ha dado cuenta de madrugada. Se ha percatado, aún no sabe si durmiendo, despierto o mientras hablaba con alguno de sus amigos, de que necesita comprobar que es capaz de producir modificaciones en su vida de forma intencionada. Por fin toma conciencia de la realidad. Y descubre que las decisiones llevaban mucho tiempo tomadas. Por eso se afeita, para ser agente y a la vez testigo de un cambio, para demostrarse a sí mismo que él hace lo que dicta su propia voluntad y, sobre todo, para no dejarse arrastrar por la convicción de que es un títere del destino o de los designios de algún ente exterior. Está a punto de cortarse por propia iniciativa, cree que la sangre será una prueba tangible de su certeza. Renuncia a ello y sonríe al ver la diferencia existente entre las dos mitades de su cara, entre la mitad afeitada y la otra media, aún barbuda. Parecen las caras de dos personas diferentes. Se pone de perfil y cuando se mira al espejo de nuevo toma un gesto afectado y pronuncia unas palabras en tono grave. Después se gira, dirige su mirada a la otra mitad y entonces pone una voz más aguda. Deja caer la cuchilla en la pica y se agacha para abrazarse de nuevo a la taza del váter. Vomita un poco más. Ya prácticamente no sale nada de su exhausto estómago, sólo un hilo de saliva matizado con algo de bilis verdosa. De rodillas, llora. Es un llanto desprovisto de pensamientos. Es su cuerpo entero el que llora, el que se sabe derrotado. Ni sabe ni puede ni quiere salir de este estado. Cree, de algún modo, que lo tiene merecido, que no es digno de felicidad. Siente que es un cobarde. Es testigo de todo ello y decide sumergirse en la amargura, se llena de pena para ver si ésta le ayuda a entender todo lo sucedido en los últimos tiempos. Se deja llorar para ver si de esta manera identifica qué es lo que ha muerto dentro de él. Lo sabe, pero no quiere reconocerlo aún, no quiere reconocer que hace mucho que lo entendió. Demasiado tiempo en aquella casa, demasiado tiempo con aquella mujer, ya casi una extraña para él. Ahoga el sonido de su garganta apoyándose en la toalla. No quiere despertar a los niños. Su sentido de la responsabilidad sigue siendo superior al malestar y a las ganas de salir corriendo de allí. Sabe que en un rato pasará lo peor y que podrá volver al juego sin necesidad de esforzarse mucho. Necesitará una nueva dosis de anestesia, pero ya se ha acostumbrado a obviarse a sí mismo. Sólo necesita unas horas para recuperarse. Entonces, cuando ya cree que no puede más, coge su Iphone y tuitea la foto de su rostro a medio afeitar. Le gusta el efecto visual de la imagen distorsionada que se refleja en el espejo cubierto de vapor. Acaba el trabajo y vuelve a la cama. Abraza a su mujer y cree dormirse mientras se pregunta si todo aquello no está siendo más que un mal sueño provocado por el alcohol.

1 comentario:

Manué dijo...

Me crea cierto desasosiego lo que acabo de leer. Lo cual es malo para mi, porque significa que hay algo que en ello que me afecta, algo que identifico como propio. Hay algo en lo leído que se me mete dentro, porque lo que me devuelven tus palabras no me gusta...

Si embargo, algo muy bueno en ello: lo que escribes provoca una reacción. Remueve al que lo mira.
Llevabas tiempo sin darle a las teclas, pero has vuelto con fuerza. Tus palabras, una a una, dicen más que nunca. Quizás, cuando uno se va, siempre vuelve con más fuerza. A veces, como en el running, es bueno hacer una pausa para volver con más fuerza. Dejas descantar el cuerpo (la mente), para volver más limpio, como con un cuerpo (mente) nuevo o, al menos, en parte diferente a lo anterior.

El nivel de este texto y el de la previa del sábado... uf, son un ejercicio difícil de superar por cómo expresan unos sentimientos, un estado de ánimo, una sotiación vital.

Nunca sabrás la envidia que me provoca tu romance con las palabras. Quizás, y de una vez por todas, deberías dejar que no solo un grupo de gárrulos disfrutaran de ello. En serio.